domingo, 25 de diciembre de 2016

ENTREN SANTOS PEREGRINOS… PEREGRINOS…


Como sucedía en la mayoría de las familias mexicanas, especialmente las de provincia como es el caso de la ciudad de Puebla, al llegar el 16 de diciembre de cada año se iniciaban las fiestas y costumbres de antaño,…. las posadas!!!  En las que no podían faltar los cantos suplicantes de pedir posada para que la Virgen diera a Luz a su pequeño Niño Jesús. Como parte de esa costumbre: las letanías, las velitas, los farolitos, los aguinaldos, las peladillas, la colación, las jícamas, los cacahuates, los piñones, los buñuelos, etc., etc.


Las canastitas que hacía la abuelita como aguinaldos.

En el caso de nosotros y en esta ocasión me estoy refiriendo a los abuelos maternos Enrique y Lupita, su presencia y su casa, eran símbolo de un verdadero patriarcado pleno de cariño y de gran respeto.  Ahora, en mi historia, hemos llegado a la fecha clave, el 24 de diciembre, día en que se celebraba la última posada para después celebrar el día de la Natividad, la Navidad.

Llegando la hora señalada comenzábamos a arribar las familias que integrábamos al gran grupo.  Cada una de las familias, los tíos Humberto, Conchita y sus cinco herederos, Jesús y Enriqueta con sus cuatro,  Vicente y Margarita con sus dos, Jorge y Josefa con su prole de seis y Guillermo y Socorro con sus dos chiquillos, total 29 más los abuelos: 31 integrantes de la gran familia.   A veces había que aumentar el número como consecuencia de alguna invitación.

El gran patio, muy a la poblana, estaba circundado por  tres sombreados portales, por una escalera que daba acceso a la azotea de la gran casa de un solo piso, por un paramento en donde se hacían notar las ventanas protegidas con  vidrieras  o rejas de fierro plenas de macetas de geranios rojos y por  el espacio que llevaba al cubo del zaguán cerrado por el portón de gruesa madera que incluía su correspondiente postigo y su tranca giratoria para cerrar y dar la debida seguridad.

El Patio y el cubo del zagüan    

 Ese portón, en otros tiempos, le dio paso a una volanta o a una carretela,  tirados indistintamente  por un noble caballito llamado “Sebastián”.  Por los días en los que refiero nuestras posadas, en vez de la carretela, entraba y salía un brillante y muy cuidado auto,  el auto de los abuelos, un elegante Packard negro equipado con un potente motor de 8 en línea de 180 caballos de fuerza y operado por un verdadero idoloide, un déspota y gruñón chofer llamado Gardón. 

Volviendo al patio en donde se debía celebrar la tradicional posada, después del arribo señalado para las siete de la noche, se repartían los aguinaldos que eran una canastitas hechas de papel de china de colores manufacturadas por la hacendosa abuelita. 

Más tarde se distribuían las velitas y los cuadernillos con la letra de las canciones con las que se pedía y daba posada a los peregrinos en recuerdo a aquellos angustiantes momentos en que la Virgen venía muy cansada a bordo de un borrico y necesitaban con urgencia un lugar para el alumbramiento de su hijito, el niño Jesús y por fin, después de pedir posada tocando diferentes puertas, ese lugar  resultó ser un humilde pesebre.

José y la Virgen a buscando posada    


Los versos que se cantaban a la hora de pedir posada, eran de acuerdo a un orden, primero los de afuera:

En el nombre del cielo, os pido posada, pues no puede andar, mi esposa amada…

Contestando los de adentro:

Aquí no es mesón, sigan adelante, yo no debo abrir, no sea algún tunante.
No seas inhumano, tennos caridad, que el Dios de los Cielos te lo premiará.
Ya se pueden ir y no molestar, porque si me enfado os voy a apalear.
Venimos rendidos desde Nazareth, yo soy carpintero de nombre José.
No me importa el nombre, déjenme dormir, pues que ya les digo que no he de abrir
Posada te pido, amado casero, por solo una noche a la Reina del Cielo
Pues si es una reina quien lo solicita, ¿Cómo es que de noche anda tan solita?
Mi esposa es María, es Reina del Cielo y madre va a ser del Divino Verbo.
¿Eres tu José? ¿Tu esposa es María? Entren Santos Peregrinos, no los conocía.
Dios pague señores, nuestra caridad, y que os colme el cielo de felicidad.
Dichosa la casa, la casa que alberga este día a la Virgen pura! ¡La hermosa María!

(Ahora los Peregrinos entran a la Posada y todos cantan)

Entren Santos Peregrinos, Peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada , la morada, os la doy de corazón.
Cantemos con alegría, alegría, todos al considerar, que Jesús, José y María, nos vinieron a honrar. 

Después de pedir y disfrutar de la concesión de pasar para poder dar a luz con tranquilidad,  mis abuelos  presidían con respeto y devoción ese verdadero ritual con que una de las nietecitas llevaba al pesebre la imagen del Niño Jesús para que pudiera ser venerado a partir de ese 24 de Diciembre por la noche para amanecer el 25 muy acompañado por otras figuras que simbolizaban a San José, a la Virgen María y a tres o cuatro pastorcitos, además de una vaca, un caballo y un burrito. Más atrás y próximos a llegar al lugar del alumbramiento, Melchor, Gaspar y Baltasar,  los Santos Reyes que venían bien cargados de regalos, incienso y mirra para completar el grupo de testigos del nacimiento del Niño Jesús.

 Después, se recogían las velitas ya apagadas y se hacían sonar los silbatos que sonaban gracias a un garbanzo que al soplar rebotaba con gran entusiasmo provocando su muy sensacional grito.

Ahora la fiesta continuaba con el clímax  de ese tipo de fiestas: romper la Piñata. Anteriormente a los actuales tiempos y costumbres, las piñatas se hacían en torno a una señora olla de barro que era forrada con papel periódico y engrudo hecho a base de harina. La olla que tenía la forma semejante a una esfera, era complementada con unos cucuruchos hechos también de papel reforzados con el mismo engrudo.  Estos cucuruchos, eran siete….porque representaban a los siete pecados capitales:  Envidia, lujuria, gula, avaricia, ira, pereza y soberbia.

La olla forrada con papel y engrudo    

Ya habilitada la gran olla con sus siete cucuruchos o conos, de los que por lo regular uno de ellos colgaba verticalmente hacia abajo y los demás repartidos en la circunferencia de la olla. Todo ello, tanto la olla como los cucuruchos eran forrados con papel de china de diversos colores para hacer de ello un verdadero alarde de buena artesanía que ofrecía colorido y formas. De las puntas de los cónicos cucuruchos colgaban a modo de barbas unas delgadas tiritas de papel que hacían lucir mucho a ese conjunto al que ya se le podía llamar “Piñata”.

La típica piñata de olla de barro y siete picos    


Una vez que estaba concluida la operación de vestir la olla, había que llenarla. Se introducían en ella básicamente trocitos de caña de azúcar, naranjas, mandarinas, jícamas, cacahuates, caramelos, chocolates, monedas, chicles, chiclosos y tejocotes.  

El siguiente paso, con respecto a la piñata, era simplemente romperla, El romperla, tenía un importante significado:  había que declararse en contra de los ya referidos pecados capitales, con la firme convicción de rechazarlos y de no caer en ellos. Otro de los aspectos muy significativos era el hecho de vendar los ojos de quienes ya armados con el palo, que por lo regular era un palo de los llamados de escoba.




El significado, determinación y costumbre de vendar los ojos de quien poseía el palo para atizarle a la olla, era una forma de expresión de que había que exterminar con fe ciega el caer en el pecado.  

El turno de quienes pretendían romper la piñata  era muy simple y muy lógico: Se le daba prioridad a los niños y a medida que avanzaba el emocionante acto de golpear la olla, iban participando después los niños más grandes, luego los jóvenes y para terminar los adultos. Se llegaba a dar el caso de que los abuelos se animaran a participar, pero la verdad eso casi nunca sucedía porque los jóvenes eran por lo regular los que desintegraban la vistosa y colorida piñata.

Cuando el palo era certero y la olla se desintegraba, el contenido se liberaba cayendo al suelo y encima de todo aquello, entre las jícamas y los cacahuates. Los asistentes que con gran algarabía trataban de hacerse de lo que podían lograr agarrar en medio de ese momento de euforia familiar.

Los más prácticos usaban los cucuruchos que fueron parte de la piñata para ir guardando dentro de ellos lo que iban pepenando y así tener las manos libres para los extras.  

Pues ahora, después de haber tratado de expresar en qué consistía la “operación piñata” retrocederemos al momento de pedir posada aquella inolvidable noche en el patio de la casa de los abuelos:  lo anteriormente expresado es la pura verdad de lo que eran esas costumbres  llenas de fe y felicidad pero la realidad de lo que sucedió la noche que he estado describiendo es la siguiente:

Dentro del grupo de los primos varones, ocupaban un lugar preponderante los hermanitos Martínez Rosillo. Ellos eran: Jorge, Enrique, Marco Antonio y Paulino. Además, contemplaban esa familia mis dos lindas y tranquilas primitas llamadas Josefa (Pepina) y Esperanza.

Mis referidos primos desde siempre fueron mucho muy guerristas al grado de que llegaron a ser un verdadero escándalo en el vecindario donde vivían. En esa ocasión de la posada del 24 de Diciembre que yo calculo haya sido por ahí de 1945 a la hora de que comenzó a caminar la fila de familiares que velita en mano íbamos rezando las letanías que los mayores iban refiriendo, hubo un momento en que al pasar por abajo de la gran piñata que lucía suspendida en el aire colgando desde una polea que el abuelo había hecho instalar allá en las alturas en el centro del gran patio y por debajo del gran toldo de lona con el que había mandado cubrir el referido patio, los primos guerristas se dieron maña para acercar sus velitas a los flecos que colgaban de la punta de los diferentes cucuruchos que adornaban la famosa piñata.

El papel de china ardió rápidamente y esos flecos sirvieron como unas efectivas mechas para prender el enchinadito con el que estaba vestida la totalidad de la piñata.

Además de prenderse todo ese decorativo y colorido papel, el fuego cundió y comenzó a arder también el cable con el que estaba colgada. La lumbre ya estaba a punto de tocar la polea y el toldo de lona cuando dos de los tíos subieron raudos a la azotea y lo jalaron y aunque el patio quedó descubierto, evitaron que se prendiera. La piñata fue apagada con un par de tehuacanes.

La operación de quebrar la piñata fue suspendida por temor a que el cable que la sostenía cediera al peso porque se llegó a quemar parcialmente. Pero la parte positiva de este estresante acontecimiento fue que desde entonces, cuando menos en la familia tenemos más cuidado con las velitas, los escupidores, las brujas y las luces de bengala.

Por lo pronto y sin el menor riesgo podemos decir confiadamente:

         ¡Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo 2017!!!.

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