miércoles, 16 de julio de 2014

LOS ÁVILA CAMACHO

Contemplados desde Julio de 2014

Del matrimonio formado por don Manuel Ávila Castillo arriero y campesino y doña Eufrosina Camacho Bello, nacieron nueve hijos:

Maximino  * 23 agosto 1891  + 07 febrero 1945  ø Multiasesino
Ma. Antonieta  * no hay datos  + no hay datos
Manuel  * 24 abril 1896  + 13 octubre 1955  ø Ex Pte. México
María  * no hay datos  + no hay datos
Miguel  * 1901  + no hay datos
Ana María  * no hay datos  + no hay datos
Rafael (Pirrín)  * 14 dicbre 1904  + 1975  ø Gris exGob Pue
Gabriel  * 1906  + no hay datos  ø Multiasesino
Eulogio  * no hay datos  + no hay datos  ø Asesinado

Tres de ellos militares: Maximino, Manuel y Rafael.

Maximino y Gabriel resultaron ser entre otras maldiciones, unos asesinos de negra trayectoria.

Maximino, el mayor de los nueve, (1891 Teziutlán, Pue.) resultó ser un nefasto ser humano. Desde siempre mostró tener un carácter impulsivo, petulante y autoritario. Sus características más sobresalientes: el deseo de poseer sin límite venciendo a como diera lugar los obstáculos que se le atravesaran para poder lograrlo fueran cuales fueran; también practicaba la envidia, la lujuria y la egolatría. 

Tuvo el deseo de ser soldado e ingresó al Colegio Militar, cursó su carrera militar y tuvo participación en las huestes revolucionarias. Todo ello le acrecentó aquella idea que tenía de poseer el mando.

En cuanto a sus relaciones con diferentes mujeres, podemos resumirlas lo más escuetamente posible en algunos renglones:

Sin poder tener claro el aspecto cronológico: 

        En su relación con Bárbara Margarita Richardi Romagnoli (4 Dic 1907) contrajo matrimonio (11 Ago 1930) procreando a su hija Gloria (11 Mar 1925) con cinco años de anticipación y a Maximino (Chacho) (29 Feb 1932).



El Chacho y Gloria con sus padres Maximino y Margarita.

Gloria casó con el maleante Hugo Olvera Villafaña que funcionaba como el rejoneador Juan Cañedo. Posteriormente y después de la muerte del suegro, participó en el atentado en contra de su suegra y de su nuevo novio, el actor Jorge Vélez. En ese atentado falleció la prima de ella, Teresita Bonfigli de Richardi.

Maximino (Chacho) fue un chico simpático pero insoportable por el consentimiento desmedido que su padre le concedía. Este Chacho fue mi compañero en el grupo 1o. A del 1o. de Secundaria en el Instituto Oriente, colegio jesuita de la ciudad de Puebla.

También casó con Natalia Binder, con quién procreó a tres hijos: Guadalupe, Luís Manuel y otro Maximino.

Con Felisa Caraza tuvo tres hijas: Hilda, Heldiza y Adriana.
Hilda contrajo Matrimonio con Rómulo O’Farrill hijo de don Rómulo dueño de la representación de los autos Packard en Puebla.

Adriana casó con otro maleante Manuel Prieto Crespo, socio y concuño de Hugo Olvera entre otros operativos, el atentado contra su suegra quién viajaba en auto con el actor Jorge Vélez. En ese atentado murió Teresita Bonfigli de Richardi.

En su Segundo matrimonio, Adriana se unió a Juan Rafael Moro Ávila quien cayó preso acusado por el asesinato del periodista Manuel Buendía.

Con María Pérez Cleofas procreó a Edna Eufrosina (el nombre en memoria de su mamacita).

Olga López, con quien procreó a Antonieta y a Manuelito Ávila Camacho López de raras costumbres y que destacó en el chisme del medio de la farándula. Se hizo conocido por el gran odio que le guardaba a María Félix. Murió recientemente.



Manuel Ávila Camacho López muy vinculado con la farándula

Con Celia Sánchez tuvo solo un hijo a quien hizo llamar Eulogio como a su hermano menor que en otros tiempos fue asesinado.

Con Conchita Martínez cantaora y bailaora de flamenco procreó solo a una hija a quien llamaron Pastora.
     
Cuando Manuel Ávila Camacho, su hermano menor, fue designado por el Presidente Lázaro Cárdenas como su sucesor en la Presidencia de la República, Maximino se volvió loco de furia, de odio, celos, envidia, declarándoles la Guerra a los dos.

El alegaba que a el le correspondía ese honroso cargo porque estaba mejor preparado, tenía el carácter necesario para enfrentar semejante compromiso y que además era mayor que Manuel, de quien se expresaba en una forma espantosa pues cuando se refería a el, en lugar de pronunciar su nombre, le llamaba: “El Bistec” porque era un pedazo de buey. Sin embargo, el Presidente Cárdenas no se detuvo y siguió apoyando hasta la toma de posesión.



El General Manuel Ávila Camacho protesta y el General Cárdenas atestigua.

El Segundo acto de ésta increíble historia fue cuando don Manuel, designó a quienes integrarían su gabinete y no tomó en cuenta a Maximino por la razón de que todavía le faltaban dos años en su cargo como Gobernador de Puebla. 

Eso encolerizó a Caín y sin problema alguno se autonombró Secretario de Comunicaciones y Transportes, decisión de la que luego enteró a quien correspondía, nada menos que a su hermano, el Presidente.


Maximino disfrutando de una ridícula y exagerada forma de vestir.

En una ocasión el Presidente Manuel Ávila Camacho al ingresar al patio principal del Palacio Nacional bajando de su automóvil, sufrió un atentado, pues de atrás de una columna salió un individuo uniformado con el grado de Capitán, quien sorpresivamente sacó su arma y disparó en dos ocasiones al indefenso mandatario. Afortunadamente, tal vez por llevar chaleco antibalas o por no haber dado en el blanco preciso los disparos, el Presidente resultó ileso.

También contó como una acción a favor, que don Manuel, reaccionó espontáneamente y enfrentó al atacante a la vez que lo abrazaba. Inmediatamente los ayudantes lo sometieron y el Presidente, después de dar la contundente orden de: No lo maltraten, no lo lastimen, me interesa saber de donde nace éste deseo de exterminarme, acto seguido, abordó su elevador para llegar al despacho Presidencial.      

Maximino inmediatamente se enteró y su reacción que no podía haber sido en otra forma, fue ir a la penitenciaría  donde habían llevado al frustrado asesino y desoyendo la orden del Presidente, arteramente dio muerte al referido Capitán.

Afortunadamente los encargados de la investigación, ya habían logrado  tener todos los datos de ésta persona y ya tenían muy claro que se trataba de un fanático religioso que no pertenecía a ningún grupo político ni de cualquier otra índole.

Se trataba de un joven de unos treinta y cinco años llamado Antonio de la Lama y Rojas. Pertenecía a una muy buena y virtuosa familia poblana formada por don Antonio de la Lama y doña Elisa Rojas, sus cinco hijos varones y cuatro damitas. Era indudable que Antonio sufría de algún desequilibrio emocional y/o mental. A mi y a mi familia nos impresionaba porque sin faltar un solo domingo, asistía a la misma misa a la que nosotros íbamos allá en el templo de Guadalupe e invariablemente, a la hora de la Comunión,  entraba solitario por el pasillo central marchando con pasos muy sonoros y el sable en la diestra desenfundado y apuntando hacia la cúpula. 

El acontecimiento en contra del Presidente de la República afectó muchísimo a la familia completa porque el mal comportamiento de Antonio, no era congruente con la educación y grado cultural de los demás.  La verdad es que sufrieron mucho, en primer lugar el gran deterioro de la salud de don Antonio quien no tardó en sufrir una embolia que lo dejó fuera de combate, además el bloqueo y paralización de sus negocios que los llevaron a la quiebra y pérdida total.

        Yo tuve la oportunidad de darme cuenta muy de cerca de lo que sufrió la familia por la presión y desmedida vigilancia del gobierno Avilacamachista en contra de lo que iba quedando de tan honorable familia. Yo viví de cerca todo lo expresado anteriormente porque fui un condiscípulo muy cercano a Nachito que ocupaba el quinto lugar entre los varones de la Lama, justamente entre Chucho y Juan.         
     
Cuando en plena segunda guerra mundial se perfilaba el final del gobierno de su hermano don Manuel Ávila Camacho, Maximino se alineo para continuar con el mando presidencial, pero se encontró que Lázaro Cárdenas le daba todo su apoyo al Lic. Miguel Alemán Valdés, decisión que enfureció al tal Max.

La petulancia y la arrogancia se le salía por los poros.

Entonces le dirigió toda la artillería a don Miguel al grado de que lo llamó fascineroso y lo llegó a amenazar de muerte, amenaza que se fue diluyendo conforme avanzaba la campaña del primer presidente civil muy aceptado y apoyado por una mayoría de ciudadanos mexicanos.

Además de que ya don Maxi no tuvo tiempo de seguir atacando al veracruzano,  pues cuando éste se definía como candidato, el otro entregaba la zalea al Divino Curtidor.         

Después, dado su carácter, se relacionó y se enredó con personajes de alto potencial. No tardó en mezclarse con el grupo de destacados hombres ricos y muy ricos, entre ellos el ex Cónsul de los Estados Unidos en México William Jenkins, con Alex Werner-Gren, Manuel Espinoza Iglesias y Gabriel Alarcón Chargoy y así fue como comenzó a funcionar en niveles de gran altura de la iniciativa privada.

Sus ansias de dominar abarcaron situaciones en diferentes áreas como en la de la cinematografía, la Operadora de Teatros y la Cadena de Oro y en la posesión de diferentes empresas y ranchos y ganado, etc.

Cuando fue gobernador del estado de Puebla, para el no existía el derecho de huelga de los trabajadores, simplemente consideraba que las banderas rojinegras eran unos despreciables trapos viejos y no permitía paro alguno.

Como consecuencia de los niveles que ya dominaba, Maximino se sintió más poderoso y más fuerte para conseguir lo que quería. Cuando el deseaba a determinada mujer, fuera cual fuera su condición social ó si se tratara de una mujer casada, viuda ó soltera, el la cortejaba a su modo, simplemente regalándole un Cadillac nuevo. En la mayoría de los casos el lujoso auto no fue recibido y entonces había que cuidarse porque los desquites de éste espécimen esquizofrénico eran simplemente fatales.

Una de sus conquistas fue la actriz colombiana Sofía Álvarez a quien cuando terminó el romance la dejó armada con una gasolinera en la colonia Narvarte.



Comenzó como una linda tiple y terminó como una más de las amantes de Maximino.

Durante su negra y asquerosa trayectoria, el prepotente General llegó a poseer muchos bienes, inmuebles, instalaciones, como pueden ser el Rastro de la Ciudad de México, el Club nocturno Ciro’s del Hotel Reforma, la Casa de los Azulejos de la Avenida Madero, el edificio Nieto de siete pisos erigido frente al Palacio de Bellas Artes y el gemelo que se construyó después, poseía además unos veinte ranchos entre Puebla y Veracruz, unas mil cabezas de ganado, un considerable número de casas en Acapulco, Puebla y Veracruz y una incalculable cantidad por el concepto de regalías por diferentes conceptos. 
   
En infinidad de casos mandaba matar sin compasión a personas que en una ó en otra forma no habían cedido a sus deseos ó le habían hecho perder en diversas situaciones.

En su haber, con respecto a la gente que simplemente exterminó, podemos citar al Lic. Gustavo Ariza, que  le precedió como gobernador de Puebla, quien fue asesinado a las puertas de su casa cuando llegaba al hogar llevando de la mano a su pequeña hija Luz Elena.

Al simpático Anacarsis “Carcho” Peralta, dueño del famoso Hotel Regis y de la Plaza de Toros de la ciudad de Puebla, por no haber accedido a venderle el famoso coso, lo mandó matar y aquel salvó la vida porque tuvo la oportunidad de salir de urgencia del país en un vuelo a la Argentina. El señor Peralta pudo volver a la patria luego que éste maldito ente, por fin murió.

Maximino, apadrinado por Jenkings, se adentró en lo que fuera la Operadora de Teatros y la Cadena de Oro donde se albergaban los Cines del estado de Puebla, como el deseaba más y más, sin que se le escapara algo, en uno de sus múltiples planes se sintió estorbado por el señor Jesús Cienfuegos, quien era propietario de algunos cines y tenía alguna ingerencia en el ambiente de los cinematografistas y sus sindicatos y sin problema alguno lo mandó matar exactamente un treinta y uno de diciembre, precisamente a medio día y en pleno portal Hidalgo de la Angelópolis.

La crueldad fue a tal grado que en el instante en que le hundía un cuchillo en la espalda le dijo el infeliz matón: Feliz Año Nuevo de parte del jefe!!!.

Los investigadores y los reporteros de la fuente de nota roja, tenían detectado sin dejar lugar a dudas, al famoso cuarteto de la muerte, precisamente de esa muerte: El cerebro, la planeación , la idea original:  Wiliam Jenkings, como colaborador y socio Gabriel Alarcón Chargoy,  el advenedizo muy comprometido Jorge Ponce de León, que fue apresado y un tal Trujeque, el típico asesino a sueldo.

Cuando el escándalo llegó a mayores, Gabriel Alarcón Chagoy se refugió en su residencia que ocupaba prácticamente el área de una glorieta situada a la entrada del Fraccionamiento La Paz, en las faldas del Cerro del mismo nombre y fue rescatado para salir de ahí en la cajuela del auto de su noble y leal empleado Alberto Peniche Blanco quién posteriormente se convirtiera en Director del alarconista periódico El Heraldo.  

Igual pasó con la familia Díaz Barriga dueños del balneario Agua Azul al sur de la ciudad de Puebla. Maximino quiso ser dueño del balneario y cuando le fue negado, le dirigió un mensaje a la señora Díaz Barriga diciendo: El general Maximino, no quiere hacer tratos con la viuda de Díaz Barriga.

Y la verdad es que es interminable la relación de arbitrariedades de semejante ente.  También es importante exhibir el lado cobarde del General malhechor y para ello, basta referir lo que pasó con el diestro Lorenzo Garza.

Resulta que una tarde de toros, en la Plaza de la Condesa plena de sol y de fiesta,  el enorme torero Lorenzo Garza, también conocido como El Ave de las Tempestades, vio en la primera fila de la barrera de sombra a Maximino acompañado por  Conchita Martínez una bella tonadillera y bailaora de flamenco,  mujer quién por ratos y a veces era su amante y ahora resulta que también con el otro también.

Dado el carácter irascible del diestro y afectado por los celos y sin tomar en cuenta la peligrosidad que significaba retar a semejante especímen, llegado el momento, desde la arena y apoyado en las rojas tablas que delimitaban el ruedo, con el estoque en la mano le brindó la muerte de su toro diciéndole: Va por usted gran hijo de #%*@!+,  que es el asesino más repugnante y más cobarde del mundo……. Maximino, sintiendo que solo la gente cercana se había percatado de las referidas palabrejas, agradeció el brindis y se volvió a sentar. 
  
Afortunadamente, el comprometido acontecimiento no pasó a mayores y la corrida continuó con aparente normalidad aunque el barbaján tío recién humillado junto con su compañera abandonaron la plaza antes de la estocada final y san se acabó.



El Ave de las Tempestades.

Al día siguiente se presentó Garza en la oficina donde despachaba el temible y odiado General y sin problema alguno y dada su enorme popularidad, franqueó las distintas  barreras de seguridad hasta llegar al despacho privado, abrió la puerta y con paso firme se situó frente al enorme escritorio del despreciable matón y simplemente le volvió a mentar la madre con todas sus letras, dio media vuelta y tranquilamente salió por donde entró.     

El Generalote Ávila Camacho se quedó helado pues nunca se imaginó que pudiera suceder lo que acababa de presenciar ni que hubiera alguien que se atreviera a hacerlo. Como consecuencia de esa inesperada sorpresa, se quedó pasmado y no ordenó que detuvieran al intruso torero, ni trató de vengarse después de lo ocurrido, simplemente lo aceptó y habrá pretendido olvidarlo.

En el libro Disparos en la Oscuridad  de la autoría de Fabrizio Mejía Madrid, que publicó Editorial SUMA en Mayo de 2011 avalado por Elena Poniatowska, Paco Ignacio Taibo II y Juan Villoro, se  exhibe otra de las manías y tendencias a la degeneración de Maximino Ávila Camacho.

Transcribiendo un párrafo de la página 106; Gustavo, (Díaz Ordaz) lo encontró(a Maximino) en su alcoba rodeada de espejos, solo, con las mejillas coloreadas, la boca con lápiz labial, vestido de mujer y con zapatos de charol de tacón alto.

       Dentro de sus extravagancias y pensando que debía tener una residencia que fuera acorde con la categoría del inquilino que sería él mismo pero ya como el siguiente Presidente de la República, se hizo construir la casa más impresionante de la ciudad de México ocupando media manzana delimitada entre las calles de Homero, Calderón de la Barca y  Edgar Alan Poe. La casa se terminó de acuerdo al plan, el supuesto Presidente de la República nunca llegó, nunca la ocupó. 


Esta Pocilga se encuentra en el número 1109 de la calle de Homero en pleno Polanco.

Pero dicen que todo dura hasta que se acaba y el 14 de febrero de 1945 Maximino asistió a una comida que ofrecieron en Metepec, Puebla, los sindicatos de las fábricas textiles de Mayorazgo y Atlixco. Como a las cinco de la tarde Maximino, quien ya tenía muy deteriorada su salud pues padecía diabetes y algunos otros achaques, se comenzó a sentir mal y emprendió el regreso a la ciudad de Puebla, pasó frente al Palacio Municipal a las seis de la tarde, dato comprobado porque yo estaba ahí mismo presenciando la ceremonia en que una escolta de la Policía Municipal arriaba la bandera nacional exactamente a esa hora.

El tío iba ocupando el asiento del copiloto a bordo de su precioso Packard del año 41 verde a dos tonos de tipo Fayton convertible de cuatro puertas y con la capota puesta. Sin embargo el llevaba el vidrio de su portezuela abajo porque probablemente le faltaba aire. La verdad es que iba en muy mal estado y según los rumores pendientes de comprobar, víctima de un buen envenenamiento. 



Pasando a un lado del zócalo de Puebla, camino obligado para llegar a casita.

Cuando llegó a su casota de estilo “Colonial Ávila Camacho” ubicada en la  26 Oriente ya lo esperaba su médico de cabecera José Lurumbe Chávez y así, en vilo, los ayudantes (guaruras) lo llevaron desde el auto hasta su recámara.

Antes de que el doctor pudiera checar su presión, pulso, respiración, etc., el quiso que lo acercaran al retrete y así, hincado y vomitando, con la cabeza casi dentro de la taza, entregó la visa que se le venció precisamente ese día a las siete de la noche. 

Si de veras algún día tendremos que presenciar la reencarnación, necesitamos tener mucho cuidado no nos vaya a tocar reencarnar en ese desgraciado.

Por lo pronto, Que en Paz Descanse. (si es capaz)



martes, 15 de julio de 2014

DON ADOLFO LÓPEZ MATEOS

El Licenciado Adolfo López Mateos, (26 de Mayo de 1908 - 22 de Septiembre de 1969) Presidente de la República del  primero de diciembre de 1958 al 30 de noviembre de 1964 igual que a la mayoría de los mexicanos, me caía muy bien. Era muy jovial y se desarrollaba en una forma muy cordial en el desempeño de su importante cargo e investidura.




Adolfo López Mateos, joven

     Por otro lado, no podía ocultar que al margen de su investidura, le gustan los autos de buena familia y si eran veloces, o muy veloces, pues mejor. Eran conocidas sus travesuras de que manejando su Maserati súper deportivo ó sus exclusivos modelos de la Ferrari y de la Mercedes Benz, se les escapaba a sus escoltas que difícilmente podían cumplir con la comprometida tarea de cuidarlo. 

También era bien sabido que desde muy joven le gustaba la caminata, a finales de 1926, cuando contaba con dieciséis años, partió con un grupo llamado EIME desde el zócalo de la ciudad de México para llegar después de setenta días al centro de la ciudad de Guatemala. También le gustaba mucho el Box a cuyas funciones asistía sin problema de ninguna especie; pero lo que más disfrutaba haciendo uso de su simpatía y singular galanura, conquistar la aceptación de algunas bellas mujeres.

Así  transcurrió el sexenio de tan querido Presidente. Lo que por su propia voluntad se tuvo  en reserva durante la última etapa de su gobierno fue que sufría de constantes y muy fuertes dolores de cabeza con grado de migrañas.

El Presidente Gustavo Díaz Ordaz le pidió que aceptara el encargo de operar el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968 pero don Adolfo tuvo que declinar la invitación por los males que le aquejaban quedando el compromiso en manos del Arq. Pedro Ramírez Vázquez.

Don Adolfo, en manos de sus médicos P. Beltrán Goñi y G González Mariscal, solicitó al eminente doctor William Poppen de Boston que le atendiera. El doctor Poppen acudió y diagnosticó que don Adolfo sufría de siete aneurismas cerebrales y no obstante las pocas esperanzas de lograr un completo alivio, procedió a operarlo en el Hospital Santa Fe de la Ciudad de México.

Cuando el licenciado López Mateos comenzó a sufrir más intensamente las consecuencias de su problema cerebral, tuvo que afrontar ciertas reacciones que le eran muy tristes y muy incómodas. Primero, dicho en términos coloquiales, se le cayó un parpado, después se le presentaron problemas para caminar y lo hacía con el deseo de sobreponerse pero arrastrando la pierna que ya no funcionaba adecuadamente.

Con el deseo de hacerle más fácil o menos difícil la necesidad de moverse dentro de su casa de allá de la avenida San Jerónimo 247, se le propuso a la familia instalar un elevador de tipo domestico para acortar el recorrido de su despacho biblioteca en planta baja a su recámara en la planta alta que afortunadamente coincidían verticalmente.

Esa obra, esa instalación, le fue encargada a la constructora en donde yo prestaba mis servicios y justamente fue a mi a quien se encargó semejante compromiso. Con la anuencia de doña Eva Sámano, esposa de don Adolfo, iniciamos de inmediato la obra con la idea de acortar los tiempos y desarrollarla con la idea de no causar molestias de ruido y polvo. Afortunadamente logramos hacer la obra para la instalación en un mínimo de tiempo en coordinación con la compañía que fabrica los elevadores.


Valiéndome de la relación que logré hacer con la persona que cuidaba de cosas muy personales de don Adolfo, ya casi al final de la obra, me atreví a enviarle mis sinceros saludos y deseos de recuperación junto con la solicitud de que me obsequiara una fotografía dedicada.


Con sorpresa y casi inmediatamente recibí la fotografía enmarcada en piel con el escudo nacional grabado en dorado y con la disculpa de que no iba firmada pero, por otro lado me obsequiaba una banderita nacional con el escudo bordado en hilo de oro y cuya asta está fija a una base de madera que era una cajita de música que hasta la fecha toca el himno nacional. Ese es un recuerdo que guardo con mucho cariño y gratitud.


Pasados unos meses,  el 22 de septiembre de 1969 a las 4.30 pm, México entero recibió la triste noticia, había muerto un gran mexicano, un buen presidente, un simpático y cordial amigo, don Adolfo López Mateos. La capilla ardiente, en su propia casa de la Avenida San Jerónimo 427.

A mi en lo particular me causó un auténtico sentimiento de pena pero a la vez sentía que ya era justo que el descansara y que doña Eva, Avecita y su esposo y el resto de la familia López Mateos alcanzaran la paz y la tranquilidad porque ya era muy largo el tiempo en que todos se encontraban sufriendo esa irremediable situación. El jefe se encontraba en total estado vegetativo, con muerte cerebral y conectado a un aparato respirador.

Yo quise asistir a la capilla ardiente pero para evitar hacerlo en un momento inoportuno en que acude tanta y tanta gente, preferí hacerlo ya cerca de la media noche. Así es que mi esposa Cristy y yo arribamos a la casa de la familia López Mateos y efectivamente, además de los familiares que en torno a doña Eva estaban situados en un determinado lugar del velatorio, las personas que deseaban visitar la capilla, estaban haciendo una fila y no había más de cincuenta esperando que quién controlaba el orden les permitiera pasar.

Yo me dí cuenta que había otra fila más corta y era la que formaban las personas que deseaban hacer una guardia y ahí nos formamos. A escasos minutos de haber tomado nuestro lugar, llegaron dos personas más y se situaron atrás de nosotros. Se trataba nada menos que Miguel Ángel y José Ángel, los Cuates Castilla que posiblemente después de alguna presentación quisieron hacerse presentes.

Cuando nos tocó en turno hacer la guardia de unos quince minutos, tomamos nuestro lugar, en el lado derecho del ataúd, Cristy adelante y yo atrás, en el 0lado izquierdo, los Cuates Castilla. Habían transcurrido más o menos unos tres minutos cuando ingresó a la capilla un grupo de cuatro personas que se dirigieron directamente a la caja mortuoria y al advertir que iban a abrir el ataúd porque se trataba del escultor José María Fernández Urbina que a invitación y acompañado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez procedería a elaborar la mascarilla del rostro de don Adolfo, Cristy y yo dimos un par de pasos hacia atrás para dar lugar a que estas personas se situaran frente al féretro, pero prácticamente conservamos nuestra posición pudiendo tener la oportunidad de ver los restos de tan querido personaje de cuerpo entero.

El escultor Fernández Urbina, cuarenta y un años antes había sido encargado de hacer la mascarilla del general Álvaro Obregón.

 Después de los sentidos funerales, continuó pasando el inclemente tiempo y resulta que en una ocasión en que veía el noticiero 24 Horas de Jacobo Zabludovsky, se refirió como lo hacía casi diariamente, a un libro que estaba próximo a salir a la venta con el nombre de Destino y Esplendor de Adolfo López Mateos, escrito por Antonio Luna Arroyo. Yo tome nota del nombre del libro y del autor y días después empecé a buscarlo en Gandhi, en Sanborn’s, en Librería de Cristal, en Porrúa, etc. y no lo tenían. Dejé pasar un par de semanas y volví a buscarlo sin buenos resultados.

Después de varios meses de búsqueda y al comprobar que en ninguna de las librerías sabían nada de el e ignorando de que casa editorial se trataba, me decidí a buscar al autor licenciado Antonio Luna Arroyo.

Primero, recurrí al directorio telefónico, sección blanca, después la amarilla, y ahí, en abogados, encontré la dirección de su despacho en las calles de República del Salvador y ahí fui. Me encontré con un edificio medio en ruinas que seguro contempló muy de cerca las luchas revolucionarias.

Subí al Segundo piso y ahí el número del despacho. Ingresé y me atendió un solitario y triste ser humano, se trataba de una muy educada anciana, segurito señorita, que me preguntó que se me ofrecía. Le dije que deseaba hablar con el licenciado Luna Arroyo y ella me dijo que estaba en Europa y que todavía iba a tardar unas tres o cuatro semanas en volver, pero que se me ofrecía y le dije que había buscado el libro sobre el Presidente López Mateos y que en ningún lado lo encontraba, a lo que ella contestó: ni lo va a encontrar porque sabe usted que parece ser que jamás saldrá a la venta.

Yo le pregunté que por que razón y me aclaró que el licenciado y la señora López Mateos no se habían puesto de acuerdo en no se que. Entonces le pedí que me hiciera favor de venderme un ejemplar y me contestó con un rotundo no, no estoy autorizada ni creo que el licenciado acceda a vendérselo. Los libros están congelados.   

Acto seguido, se levantó de su viejo sillón ejecutivo y abrió la puerta del cuarto contiguo invitándome a que me asomara para ver un verdadero  espectáculo: se trataba de enormes pilas de treinta y dos libros de base,  que asentados en las viejas duelas de madera apolillada se levantaban hasta una altura aproximada de dos metros, dejando entre pila y pila  un pasillo para poder moverse entre ellos.

Yo asombrado y sinceramente angustiado le expresé que eso era una barbaridad. Si cada pila estaba formada por cincuenta capas de treinta y dos libros de cuatro centímetros de grueso y con un peso aproximado de medio kilo por libro, resulta que cada pila significaba ochocientos kilos y eran, según me pude asomar, seis pilas que arrojaban una carga total de casi cinco toneladas actuando sobre un viejo piso de vigas y duelas de madera con cien años de edad.

Pues resulta que mientras yo contaba las capas de libros y hacía mis multiplicaciones, sonó el teléfono y la dama se disculpó para atender la llamada dejándome solo y muy ocupado haciendo mis cuentas. Esos veinte segundos bastaron para oír los sabios consejos del mismísimo Lucifer y así fue que me permití tomar un ejemplar de los de hasta arriba y procedí a acomodarlo dentro de mi pantalón, en la parte posterior donde la espalda se convierte en trasero, todo ello muy encubierto y disimulado por la chamarra que llevaba puesta en esa ocasión.

Así que volviendo a la conversación con la antigua  señorita le dije: Por favor, déle mis saludos al licenciado Luna Arroyo y dígale que esperaré el tiempo que sea necesario para poder adquirir su libro que tanto me interesa y que me voy muy preocupado por el gran riesgo que está vigente por la enorme carga sobre un viejo piso que en cualquier momento se puede venir abajo afectando sus bienes y exponiendo la vida de las personas que trabajan en el piso de abajo.

Le dejo mi tarjeta y por favor comuníquele que creo que debe tener en cuenta mi opinión pues tengo más de diez años de ejercer mi profesión de arquitecto. Me agradeció, me despedí y me apuré en llegar a la calle para sacar el codiciado ejemplar antes de que se mayugara.


El tan deseado y hurtado libro lo leí con mucho interés y entre otras cosas, me impresionó leer en la página 137 la narración de cuando el escultor acude a sacar la mascarilla según referí anteriormente. También me dio gusto encontrar en la página 464 en la parte dedicada a los mensajes de condolencia emitidos por muy diversas personas, desde simples ciudadanos admiradores hasta presidentes y reyes de distintas partes del mundo,  un acróstico dedicado y firmado por don Humberto Abaroa Valdés, mi señor padre.

Así fue que siguió pasando el tiempo, Avecita estaba casada con Carlo Zolla, un joven italiano dueño de una afamada pastelería. Tuvieron la dicha de procrear a su hijita de nombre Giuliana, en honor de la reina de Holanda, linda señora amiga de la familia y precisamente cuando esta nenita estaba próxima a nacer, Sergio Bologna, que además de ser mi amigo era mi súper proveedor de mármol y que sabía de mi aventura por conseguir el famoso libro robado y que coincidentemente llevaba una estrecha amistad con su paisano Carlo Zolla, con su esposa Avecita y con doña Eva, nos invito a mi y a mi esposa Cristy a cenar a su casa para que conociéramos a las señoras López Mateos y Zolla.

Estuvimos puntuales y agradecidos en la casa de los Bologna y después de las presentaciones de rigor mi esposa Cristy le entregó al matrimonio Zolla unas prendas de vestir para la bebé que ya llamaba a la puerta.

En seguida disfrutamos de la botana y de los típicos aperitivos sin faltar el magnífico vino italiano para pasar después a la mesa, concediéndome la distinción de sentarme al lado de la señora viuda del presidente López Mateos. La cena transcurrió y ya para los postres, mi amigo Sergio me sorprendió cuando sin una introducción adecuada, le advirtió a doña Eva que yo le quería pedir un favor.

Yo me quedé helado y le dije que efectivamente le quería rogar que me autografiara un libro que me había tenido que robar porque no estaba a la venta y yo deseaba tenerlo por la gran simpatía que sentía por don Adolfo y por toda su familia. Aproveché en desviar un poquito la conversación y expresé que durante el gobierno de su esposo yo había construido un buen número de escuelas que fueron inauguradas por él durante sus giras de trabajo.  

También les hice saber que el elevador que se instaló en su casa, de la biblioteca a la recámara, fue una obra que tuve a mi cargo y que la hice con gusto y cuidado pensando que le ayudaría al licenciado dadas sus limitaciones.

Total que doña Eva me dijo: Bueno y donde está el libro?...yo me levante y tome el libro que había dejado sobre el bufete y volví a la mesa con el libro en las manos. Hasta ese momento el libro era irreconocible pues yo lo había mandado empastar en piel, entonces, rompí el misterio expresando:  Señora, este libro no va a salir a la venta, yo supe de el por los comentarios de Zabludowski en su noticiero, lo busqué por meses y meses, entonces me decidí a ir a buscar al autor, di con sus oficinas y aprovechando una distracción de su anciana empleada, tuve a bien robármelo y aquí está. Yo le rogaría que usted me hiciera favor de escribir unas líneas que yo sabré guardar como un verdadero tesoro.


Ella lo abrió comprobó que atrás de la cubierta de piel estaba la original y me dijo: lo voy a hacer con mucho gusto pero me va a permitir que me lo lleve y ya después se lo enviaré. Le agradecí y le entregué mi tarjeta con dirección y teléfono.

Ya para concretar, expresé que en determinada página, aparece impreso un sentido acróstico que mi papá que gustaba de la poesía dedicaba a su memoria.

En seguida y dada la hora, llegó el momento de despedirnos, a doña Eva le hicimos sentir que nos llenaba de gran gusto el haber tenido la oportunidad de conocerla y a Avecita y Carlo lo mejor para la nenita que con tantas ansias esperaban, a mi amigo Sergio Bologna y su linda esposa nuestra gratitud por habernos recibido. Cuando abordamos nuestro auto yo pensé: adiosito a mi libro que con tantas emociones había conseguido.

Así fue que pasaron unos ocho días cuando de repente alguien llamó a la puerta, se trataba del chofer de doña Eva que me entregaba en propia mano el famoso libro de parte de la señora López Mateos. Después del gran gusto que me dio volverlo a poseer, lo abrí y con gran satisfacción leí lo que doña Eva escribió de puño y letra:

Para el Sr. Gabriel Abaroa Martínez que conoció la obra realizada por el Presidente López Mateos y que supo valorarla, sabiendo que para ello fue necesario todo su esfuerzo físico, su capacidad intelectual unido a su profundo amor por México.   Eva S. de López Mateos


Con ésta dedicatoria pensé que terminaba el capítulo del libro, pero no fue así, resulta que después de algunos añitos, para ser preciso once, conversando con mi amigo el General Juan Arévalo Gardoqui que en esos días fungía como Jefe de la Primera zona Militar con sede en Palacio Nacional y que años atrás había sido Jefe de ayudantes del Presidente López Mateos, mientras disfrutábamos de una  buena taza de café en la terraza de su casa, le conté sobre mi aventura.

El General escuchó mi increíble historia y después expresó: Yo no supe de ese libro, no se por qué Antonio Luna Arroyo nunca me comentó algo sobre el caso. Entonces le prometí que yo se lo llevaría para que lo conociera y lo leyera.

Así fue y a los dos o tres días se lo llevé con mucho gusto pero  me sorprendió por la forma en que me agradeció que le obsequiara tan valioso ejemplar. Armándome de valor y con mucho tacto,  le aclaré que solo se lo estaba prestando puesto que era para mi un verdadero tesoro y además dedicado a mi por la exprimera dama, la viuda de López Mateos.

La reacción de don Juan me volvió a sorprender, pues me dijo que mejor me lo llevara porque se venían días difíciles y no iba a tener tiempo ni para leer el periódico. Ese fue un mensaje con el que me estaba diciendo que en breve sería nombrado Secretario de la Defensa Nacional por el Presidente electo Lic. Miguel de la Madrid Hurtado.

Efectivamente, no tardó mucho en llegar el día en que tomó posesión don Miguel como Presidente de la República y don Juan como Secretario de la Defensa Nacional.

Entonces me surgió la idea de ir a buscar a don Antonio Luna Arroyo, si es que todavía vivía y no tardé en comprobar que ya no tenía su despacho en las calles de República del Salvador pero que su residencia se localizaba en pleno San Ángel cerca del famoso templo de San Jacinto y justo ahí me dirigí.

Serían las doce del mediodía cuando llamé a la puerta de la vieja pero bien conservada casona, salió a atender la llamada una bondadosa señora que se adivinaba como la añeja  cocinera oficial de la familia, le dije que si podía hablar con don Antonio a la vez que le daba mi tarjeta. Me pidió que esperara y después de unos tres o cuatro minutos, me pidió que pasara.

Así lo hice, primero ingresé a un portal, después a una antesala y en seguida a la sala formal. Me pidió que me sentara y esperara. La sala estaba plena de muebles, objetos y cuadros que databan de muchos años atrás.

De pronto apareció un señor muy amable que ya llevaba unos ochenta años  encima y en una forma muy cordial, me tendió su diestra diciéndome: como está usted arquitecto Abaroa, en que le puedo servir? ….a lo que yo contesté, don Antonio, me da mucho gusto conocerlo y le suplico me disculpe por presentarme en su casa sin previo aviso, pero la verdad no se me ocurrió como hacerlo porque antes recurrí a su despacho del centro de la ciudad y ya no existe.

Mire usted, la verdad es que soy amigo del General Juan Arévalo Gardoqui y hace unos días, conversando con el y con otras personas salió a la conversación un libro que usted escribió sobre nuestro querido Presidente López Mateos y don Juan expresó que le hubiera gustado poseerlo pero que nunca lo pudo conseguir.

Entonces, a mi se me ocurrió intentar conseguírselo y decidí localizar y recurrir al autor que es usted y aquí me tiene. Acto seguido, don Antonio me preguntó como estaba Juanito a quien recordaba con mucho aprecio. Me pidió que tomara asiento y salió de la sala. En unos minutos volvió trayendo en las manos dos ejemplares del famoso libro a la vez que me decía: Mire usted, le ruego entregue éste ejemplar al señor General  junto con mis más cordiales saludos y éste otro es para usted por su empeño y por el afecto que me dice profesa a nuestro gran presidente López Mateos. Los dos van dedicados, su nombre lo copié de su tarjeta.


Le agradecí muy sentidamente, me despedí y ya a bordo de mi auto me dije:
Que barbaridad, de haber sabido, no hubiera tenido que recurrir a tan vergonzoso y arriesgado robo.

Ahora lo que sigue es poner en manos del ex Jefe de Ayudantes del Presidente López Mateos el ejemplar que le fue dedicado y el otro, también dedicado, a ocupar su lugar en uno de mis libreros a un lado del que tiempo atrás tuvo en sus manos doña Eva Sámano, viuda de don Adolfo López Mateos.