viernes, 28 de mayo de 2010

BELLAS ARTES, LA PATETICA Y YO

Aunque el título se siente como petulancia, no es por ahí, por el contrario, estando yo cumpliendo con mi habitual trabajo, sin buscarlo, se me presentó ésta inolvidable oportunidad.

Allá por el año 1965 en la constructora en la que prestaba mis servicios se presentó el compromiso de darle mantenimiento a la Unidad Artística y Cultural del Bosque.

Esta unidad involucraba al Auditorio Nacional y a los teatros aledaños al mismo que son el Del Bosque, El Orientación, El Granero, El Galeón y la Escuela y Teatro de la Danza.

Como a mi en lo particular siempre me gustó meter la nariz en el ambiente teatral, me sentí sumamente complacido cuando me cambiaron de la sección en donde se manejaba la construcción de escuelas a la referida, en donde se agrupaban el Auditorio y todos esos teatros.

Las Oficinas de la Unidad se encontraban localizadas en el mismo Auditorio a un lado de la Entrada de Artistas, el jefe era el arquitecto Ramiro González del Sordo y el Subjefe el arquitecto Díaz de Bonilla.

A mi me correspondía trabajar en coordinación con su segundo de a bordo que era el arquitecto Francisco “Paco” Contró Ituarte  con quien nunca tuve problema alguno, por el contrario, solo recibí de el un incondicional apoyo. Al paso del tiempo y el continuo trato, nos convirtió en dos buenos amigos, amistad que duró hasta el último día de su existencia.

Debido a mi constante presencia en ese ámbito, tuve la oportunidad de conocer a notables personalidades dentro del mundillo teatral como el distinguido dramaturgo Héctor Azar que además era mi paisano y que en aquel tiempo fungía como director de la Escuela de Danza. También tuve la oportunidad de tratar y observar el grado de gran capacidad del magnífico escenógrafo David Antón.

Por otro lado, puedo comentar que también tuve la oportunidad de disfrutar de innumerables ensayos y funciones de las compañías teatrales y de espectáculos domésticas y visitantes.

Pues todo iba mas ó menos tranquilo cuando sorpresivamente me comunicaron que aumentara yo a mi lista de todos esos auditorios, unos chicos y otros grandes, nada menos que el Palacio de Bellas Artes completito.


Afortunadamente el tiempo y la experiencia me habían ayudado a cumplir con mis tareas con cierta facilidad, así es que mas que con temor, con gran ilusión, me presenté en la oficina de la arquitecta Ruth Rivera, hija del pintor Diego Rivera quien era la jefa del Departamento de Arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes, con oficinas en el propio Palacio pero con entrada por la calle de Hidalgo.

Al presentarme y saludar a la arquitecta Rivera, comentamos que ya hacía dos años que habíamos atendido el gran compromiso del cambio de poderes López Mateos - Díaz Ordaz en ese mismo escenario de Bellas Artes. 

Hicimos un largo y detallado recorrido por las distintas áreas y diferentes pisos, visitando la gran sala principal, el área de tramoyistas, los telares, el escenario y los veinte metros de foso bajo el mismo, donde hay instalados sofisticados equipos que inexplicablemente no se usan y que producen la ilusión de nieve, ventisca, mar en movimiento, escenario giratorio y otros efectos.

También estuvimos en los camerinos de estrellas, los de tipo estandar y los colectivos para grupos; en la Sala Manuel M. Ponce, en los salones de exposiciones y hasta en los estacionamientos. Lo único que hice ya por mi cuenta fue la ascensión sobre la dorada cúpula que aunque cuenta con una escalerita semi oculta representa un gran riesgo para personas ajenas a esa rutina como yo.

La arquitecta Rivera, persona muy inteligente y muy tratable, me dio instrucciones de que iniciáramos los trabajos a la brevedad porque entre otras cosas si no gastábamos los fondos correspondientes al presupuesto previamente aprobado, se tenían que devolver a la Tesorería de la Federación y eso era motivo de incapacidad en el cargo.

Así es que organizamos varios frentes en distintas áreas y atendiendo a las diferentes especialidades como podían ser obras de albañilería, de mármol de Carrara y de Onix, de  instalaciones eléctricas, hidráulicas, sanitarias, de ventilación y extracción de aire, de equipos especiales para la tramoya, de cerrajería, de intercomunicación y sonido, de iluminación, de alumbrado, de ebanistería y barniz, de tapicería y alfombras.

Mi obligación era visitar las obras diariamente y checar y motivar el buen avance, resolver los problemas que inevitablemente se iban presentando, cuidar que los materiales fueran los adecuados y surtidos en su debida oportunidad y cultivar positivamente la relación con los jefes y con los distintos personajes responsables de las distintas áreas.

Así fue que no tardé en conocer a gente muy valiosa en el ambiente teatral como al maestro Antonio López Mancera de quien había mucho que aprender, y en contraste, un personaje que estaba inventariado en Bellas Artes y que controlaba la entrada y salida de cuanta persona llegaba ó se iba, le apodaban “El Pato” y que decir de don Mauricio Magdaleno, de don Salvador Novo y de don José Luís Martínez. También tuve la fortuna de presenciar algunos ensayos y una función del Ballet Bolshoi y de distintas óperas.   

Un buen día, cerca de las once de la mañana, llegué a Bellas Artes a mi visita de rutina y me encontré que los obreros que estaban a cargo de levantar una considerable cantidad de piezas de mármol pues ya estaba muy deteriorado y debía ser sustituido, estaban por ahí sentados sin trabajar.

Me molesté por ello y me explicaron que les pidieron que dejaran de hacer ruido por unas tres ó cuatro horas porque iba a ensayar la orquesta. Los coloqué en el exterior en otro frente de trabajo y yo me quedé con la inquietud de comprobar lo del ensayo.

Con cuidado y silenciosamente ingresé a la gran sala y pude comprobar que ahí estaba la Orquesta Sinfónica Nacional en pleno. Los músicos estaban vestidos casualmente y escuchaban las instrucciones de su director el maestro Luís Herrera de la Fuente que les leía la cartilla.


Luis Herrera de la Fuente - Director de la Orquesta 
Sinfónica Nacional

Yo sabía que si el Director se hubiera dado cuenta de que ahí había un intruso, me hubiera corrido inmediatamente,  pero como estaba de espaldas no se dio cuenta de mi presencia.  Así es que decidí sentarme ocupando una butaca estratégicamente elegida al centro de atrás para adelante y al centro entre izquierda a derecha..

Llegó el momento en que don Luís Herrera de la Fuente terminó de advertirles a los violines de que invariablemente llegaban tarde y corriendo en determinado compás y ordenó comenzar desde el principio.

Levantó los brazos batuta en diestra, contó los acostumbrados cuatro compases y dio entrada a la obra, se trataba de la Patética de Tchaikovsky, nada menos que de ese genio Piotr Ilich Tchaikovsky, triunfante compositor también de El Lago de los Cisnes, El Cascanueces y la grandiosa Obertura 1812.

Cuando me di cuenta estaba gimiendo, estaba llorando. Las notas de tan hermosa obra emitidas por semejante orquesta, para un solo espectador que era yo en la sala mas importante del país... el Palacio de Bellas Artes.

Como a los dos meses me encontré en la cafetería con don Luís y de plano se lo comenté,  el bondadosamente me escuchó, sonrió y me invitó un café.         

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